21.7.11

SEMBLANTE DE LA HISTORIA DE EL PALMAR DE TEROR ( Jose Luis Yanez)


 
Crónicas de Teror,
por José Luis Yánez Rodríguez, Cronista Oficial de la Villa de Teror (2008)

Pregón de la Fiesta de El Palmar,  en honor a Ntra. Sra. de Las Nieves-  26 de julio en El Palmar 

Es preceptivo, por obligación y por educación, comenzar este tipo de eventos agradeciendo la encomienda. Mis vecinos, mis amigos del Palmar, han querido este año regalarme con la posibilidad de ser la persona que desde esta tribuna dé inicio a las festividades en honor a la Virgen de las Nieves y yo, desde aquí, lo agradezco con el alma. Lo agradezco como palmarense, como cronista de la Villa Mariana, y como interesado en la historia del Palmar y sus gentes. Vaya por ello para todos los que han intervenido en mi designación, para la Comisión de Fiestas y para todos ustedes mi gratitud más sincera y cordial.

En las brumas de la distancia y de los tiempos acierto a ver un valle, un valle hermoso de fronda impenetrable cuajado de esbeltas palmeras mecidas al sol de las Afortunadas Islas; vislumbro rebaños, gambuesas donde guarecerse, cuevas habitadas temporalmente por aborígenes que pastoreaban junto a ese bosque que con los años llevará el nombre del aguerrido luchador Doramas. Entreveo manantiales de limpias aguas donde gorjean los mirlos y los capirotes; bandadas de palomas que surcan el aire con sus vuelos sobre el bosque umbroso que cubre de árboles la mitad de la Gran Canaria.

Luego se presenta ante mis ojos lucha y dolor, sangre y fuego, nuevas ilusiones y nuevas penas; y el pendón de Castilla tomando posesión de eriales, llanuras, montañas y barrancos; percibo la llegada de nuevas gentes desde lejanas tierras, gentes que con las alforjas cargadas de quimeras y costumbres llegan desde el Algarbe portugués o la Andalucía reconquistada, recios hombres y mujeres de la lejana Navarra, labradores de las Españas del Norte, ostentosos mercaderes de Génova,… Hombres que llegan y señorean sobre las tierras del valle haciéndolas suyas. Que arrancan las altas palmas y encauzan las aguas de fuentes y barranqueras, y bautizan todo lo que les rodea con nuevos nombres: las piedras, las tierras, los rincones del Palmar dejan de oír las voces de los aborígenes y comienzan a sonar las de los Rodríguez y Naranjos, González y Rosarios, Acostas y Domínguez, Sánchez y Quintanas, Vergaras y Suárez, las de Falcones y Ramírez, las de los Yánez y los Ortegas,…

Las entrañas de las tierras, ya limpias de palmeras, retamas, escobones, laureles y granadillos, producen después trigo, avena, altramuces, uvas, higos, tunos, lino, nueces y castañas y, más tarde, otros cultivos que llegarán de tierras aún más lejanas; de las Américas del otro lado de la mar océana, llenarán los campos palmarenses de papas y millos que, durante siglos, servirán para calmar las periódicas hambrunas con que la fortuna asolará estas paradisíacas islas.

Y estas nuevas gentes bautizan, ponen nombre a este lugar que ocupan para aquí vivir un futuro que esperaban mejor que su pasado: y así nace El Palmar.

Ya desde 1547 aparece un documento en el que ello se reseña y se nombra el barrio para dejar claro ante los que gobernaban la isla que uno de los primeros vecinos del lugar, García de Vergara, tenía derecho a unas colmenas porque “en veinte y siete de septiembre del dicho año presentó para la dicha información por testigo a Alonso Naranjo labrador y vecino de esta isla y habiendo jurando en forma de derecho dijo que lo que en razón de lo susodicho sabe es que puede haber trece o catorce años poco más o menos a lo que se acuerda que este testigo puso ciertas colmenas en unas tierras que son en el Palmar cabe la Peña Horadada...”

Otros de los primeros vecinos de El Palmar, la familia Hernández Muñoz, manifiestan en documentación su presencia en La Peña desde estas primeras décadas del XVI: así, Gonzalo Hernández Muñoz, el mismo año de 1547 dice que tiene “un asiento de colmenas en unas tierras mías que son en término de Terore frontero de la Peña Horadada,…que están en las mismas casas de mi morada y habitación donde ordinariamente resido…”

Estos incipientes palmarenses afirman desde los momentos iniciales del poblamiento una de las características más definitorias de los habitantes del barrio: su profunda religiosidad. Tan sólo una década después de estas primeras manifestaciones de vecindad, el 10 de febrero de 1559, en el testamento de Ana García, viuda de maestre Juan, ésta declara que ha hecho a su costa una ermita en Peña Horadada y nombra por patrona de la misma a su nieta María de Acusa, sellando con ello un referente esencial para el futuro del barrio y los que en él habitarán en las siguientes centurias. La misma no fue construcción como tal, sino la cueva que hemos conocido desde siempre anexa a la sacristía de La Peña. 

Fue por entonces cuando debió arribar al barrio su alhaja más significativa y preclara: la Santa Imagen de las Nieves. Las últimas investigaciones la adscriben a la producción de talleres flamencos de la ciudad de Malinas, por entonces bajo el dominio de la corona española y en la actualidad, centro urbano destacado del territorio belga. Durante siglos, Malinas fue famosa por sus bordados de oro sobre cuero, muebles, encajes y esculturas, y ostentó la capitalidad de los Países Bajos en la época de los duques de Borgoña. La investigadora Constanza Negrín ubica la hechura de la Imagen en esta ciudad a principios del siglo XVI, en concreto hacia la década de 1510-1520. La parte trasera de la imagen esta fragmentada desconociéndose si se realizó para desprenderla de un retablo y permitir su introducción en algún nicho de pequeño tamaño o para, tal como afirma Negrín, ocultar la frecuente oquedad trasera de estas imágenes. Sea cual sea la explicación, ello determinó el que tanto la espalda como la parte posterior del cabello no existan en esta, por otra parte, bellísima escultura.

No obstante, no se nombra en los papeles a la Virgen hasta que en 1611, Diego Hernández el Mentado funda una misa “por el día de Nuestra Señora de las Nieves o en su octava y (deja) por limosna una dobla de perpetua impuesta sobre las tierras…donde dicen el Barranquillo Seco…”. Así, el siglo XVII entra ya en la historia con la presencia de María y el Palmar tan fuertemente ligadas como lo estarán para siempre.

La primera ermita que como tal edificación exenta se construyó para cobijo de la Imagen, se realizó por disposición testamentaria en 1666, de un personaje que entra con ello pujante también en la historia del barrio: don Nicolás de Herrera-Leiva y Medrano. Abogado de los Reales Consejos, Fiscal de la Real Audiencia de Canarias, Síndico Personero General de Gran Canaria y Teniente de Corregidor de la isla, ordenaba en su testamento de ese año que “por que soy patrono de la ermita de Nra. Sra. de las Nieves en la Peña en el Palmar, y está en una cueva, mando y es mi voluntad se haga ermita en parte cómoda en dicho pago y se le ponga campana para que en ella se diga misa y la hayan los de aquel pago que por sus indisposiciones y ocupaciones no pueden asistir en el pueblo....” 

La hija del fundador, doña Margarita de Herrera-Leiva, pese a que llegaría a ser comenzando el siglo XVIII patrona y mayordoma de la ermita, abandonó sus obligaciones para con ella, y trasladó el fervor familiar hacia la construcción de otra ermita en el término de El Madroñal, en Santa Brígida, dejando con ello el camino abierto a la población palmarense para hacerse con las riendas del gobierno de la advocación. Así, años más tarde, en la década de 1780, por la persistente necesidad de reparaciones de la antigua construcción, los vecinos del Palmar comenzaron a reunir madera de mejor calidad para, olvidado por supuesto el patronazgo de los Herrera-Leiva, proceder a fabricar una mejor ermita. 

Pese a ello, el obispo don Antonio Martínez de la Plaza en su visita del 14 de diciembre de 1786 ordenó al mayordomo don Diego Ramírez, figura asimismo importantísima del devenir histórico de este lugar, que se procediese a vender la madera que los vecinos habían ido acumulando junto a la primera ermita y en una casa cercana preparando la ampliación, ya que existía el peligro de que se estropease y se perdiese todo el trabajo invertido, teniendo en cuenta que en aquel momento no habían fondos para la “costosa empresa” que se pretendía. 
No obstante, el mayordomo, al advertir la predisposición de los palmarenses de entonces, obtuvo la preceptiva autorización, comenzó a movilizarlos y, poniendo parte de su fortuna al servicio de la obra, en corto plazo de tiempo demolieron la anterior ermita y fabricaron desde los cimientos la singular obra que nos ha llegado, tal como en escrito del 23 de octubre de 1787 se nos informa:“… ante el Iltmo. Sor. Dn. Antonio de la Plaza Obispo de Canaria, del Consejo de S. M. mi señor, compareció Diego Ramírez vecino de dicho lugar, y Mayordomo de Nra. Sra. de las Nieves, sita en el Pago del Palmar de su jurisdicción, y dijo, que a consecuencia de haber hecho presente a V .I. que intentando el referido dar cumplimiento al decreto, que antecede, y vender la madera, que en él se expresa, y que condujeron los vecinos de dicho pago, le ofrecieron estos ayudar a la construcción de la nueva ermita, para que se había hecho el acopio de madera; y haber obtenido el mencionado Diego Ramírez el beneplácito de S. I; ha procedido a demoler la antigua, y construir una nueva ermita, que en el día se halla concluida, habiendo suplido el que depone parte de su costo,…”
Puede parecernos que una construcción que hemos visto desde siempre otear el barrio desde la atalaya de La Peña, carezca de la importancia histórica que en realidad tiene. Muchas veces, la costumbre, la rutina, impiden ver lo extraordinario de un hecho, un personaje o una edificación. La ermita de las Nieves, tanto histórica como artísticamente, es una joya preciadísima del Palmar, sus paredes, el recuerdo perenne de una fe conmovedora que nos une con nuestro pasado y su presencia en el barrio la certeza del respeto debido a nuestros antepasados. Su sencilla construcción, su portada recercada de cantería, la pequeña ventana que sirve de lucernario, el retablo y el púlpito, todos los elementos que la configuran y adornan la convierten en una peculiar y valiosa muestra de la arquitectura religiosa popular de Gran Canaria y en un motivo de justa presunción de los que habitan el lugar.
Como se puede apreciar con esta fábrica, la figura del mayordomo, surgida en 1714, adquiere en estos años una importancia destacada y ostentan el cargo personas de relevancia social en el Teror del XVIII. Alcaldes como don Manuel del Toro, miembros del clero como don Bernardo Sánchez, o labradores hacendados como don José García de los Reyes se irán sucediendo y perpetuando esta institución de singular importancia en la historia palmarense hasta llegar, ya en el siglo XX, a don Juan Sánchez y Domínguez, persona de relevante papel en la construcción del nuevo templo de Las Huertas y en la consiguiente configuración urbanística del Palmar del siglo XXI en torno al mismo.

En los sucesivos inventarios que se realizan en los años siguientes se comprueba el fervor que los palmarenses y los habitantes de zonas cercanas sienten hacia la Virgen y el ornato de su ermita y sus fiestas: se suceden las limosnas, donativos y desprendimiento hacia todo lo que de cerca o lejos estuviera relacionado con ella. Una muestra de esta extraordinaria relación la tenemos con la aparición a mediados del siglo XVIII de la heredad de La Pila. Las aguas del Palmar, a diferencia de las del resto del municipio no pertenecían a la Heredad de Tenoya sino a la de Pinillo que regaba tierras ubicadas sobre todo en las cercanías del pago aruquense de Cardones. Esta Heredad era dueña de todas las aguas del barrio, excepto las de la Fuente de Santa María, que por prescripción secular eran utilizadas, juntamente con la de algunos otros manantiales, por los vecinos del barrio. Pero, en la noche del 5 de enero de 1766 se produjo un hecho que vino a transformar completamente esta situación. Esa noche tuvo lugar uno de los desastres naturales de mayor importancia que ha sufrido la isla en su historia. En unas horas cayó sobre Gran Canaria un temporal de tal magnitud que arrasó con cultivos, casas, ganados y vidas humanas. Por la fecha es conocido como el temporal de Reyes.

Pero como no hay mal que por bien no venga, este hecho lamentable y luctuoso, le trajo al Palmar un regalo de trascendencia impensable: en un lugar del barranco cercano a La Cruz apareció un naciente hasta entonces desconocido que llamaron “del agua nueva” y que rápidamente aprovecharon los vecinos del barrio para el reparto de las aguas en el riego de sus terrenos. Cuando, después de muchas luchas con los de Pinillo que querían apropiarse del nuevo manantial, éste quedó en manos de la vecindad palmarense, con premura constituyeron la Heredad de La Pila e incluyeron en el reparto de las aguas del naciente, medio día para la Virgen de las Nieves, dejando bien a las claras la peculiar, entrañable y fervorosa relación que les unía con la advocación que les acompañaba en penas y alegrías desde dos siglos antes. Hasta que, por prospecciones de minas y pozos y mudanzas climáticas, dejó el manantial de producir agua para el barrio, este medio día se subastaba anualmente para mayor adorno de la ermita y las fiestas. La Virgen era una vecina más que desde su casa de La Peña acompañaba al barrio en toda su historia.

Esa historia tuvo años más tarde un jalón importante cuando el 22 de agosto de 1941, el párroco de Teror, don Antonio Socorro Lantigua, comunicaba su opinión favorable a la creación de la parroquia de Nuestra Señora de las Nieves y, posteriormente el 18 de marzo de 1943 el Rvdmo, Obispo de la diócesis, don Antonio Pildain Zapian decretaba su erección, desmembrando “de la Parroquia de Nuestra Señora del Pino de la Villa de Teror, la parte comprendida dentro… una línea que, partiendo de Cueva Gabeta, en el límite de Firgas y Teror, sigue por El Escobonal, Barranco del Pino, las Zerpas, en la confluencia de los Barrancos del Pino y de Teror, siguiendo luego por éste, subiendo luego por el límite de la finca de las Caldereras, en línea recta a la terminación del lomo de los Silos, continuando por éstos, carretera de Arucas a Teror, hasta Paredes, subiendo luego por camino del Rayo (nuevamente) hasta Cueva Gabeta”.

Así comenzaba la historia moderna de la advocación mariana de Las Nieves y la del mismo barrio de El Palmar, que tendrá hechos posteriores muy importantes, como la construcción de la carretera de Las Huertas, la nueva Iglesia y su plaza, el desarrollo urbano que ha acrecentado enormemente su población, la fábrica del colegio, la aparición de la Asociación de Vecinos y tantos otros, que nunca han dejado de lado la esencia y raíz de la que procedían.

Ha sido esta historia por ello sentida, íntima y agradecida por parte de los palmarenses. Personas como los mayordomos, los párrocos, o casos particulares como el del industrial carpintero, natural del barrio, don José Bibiano Rodríguez, o los limosneros como don Juan María Cárdenes; además de los muchos emigrantes que, nada más retornar a la isla acudían presurosos a las puertas de la Virgen a agradecerle favores, a besar su manto o simplemente verla una vez más después de años de ausencia, los que en todos estos años han ayudado a configurar y no olvidar jamás que El Palmar no se entiende ni se entenderá nunca sin la presencia maternal y protectora de la Virgen de las Nieves.

Y hágase al fin la llamada que me han encomendado: vengan en este año a celebrar las fiestas en honor a las Nieves, todos los palmarenses que veneran su Santa Imagen desde hace ya casi cinco siglos. Vengan las gentes de Guanchía, Masapés y El Guindo, las del Lomo y El Estanco, las de Los Cantos y La Peña, vengan los del Tartaguillo, los del Molino y los de la Cueva Gacha, que lleguen los del Barranquillo, la Fuente de Santa María y Las Paredes, aproxímense los de El Escobonal, Siete Puertas, El Lomo de las Cerpas y El Cabildo, que se acerquen los del Barranco del Pino, Las Huertas y Padilla, que hasta aquí se arrimen buscando el soco de la amistad y la compañía los de Las Lajas, Los Laureles, Cuevas Morenas y La Cruz. Todos y todas los que sientan el alma henchida del orgullo de ser y sentirse palmarenses, y el ansia incontrolable de perpetuar con un afán de siglos nuestro amor hacia la Virgen de las Nieves y lo que ella ha significado y significa al día de hoy para nuestro barrio y sus habitantes.

Vengan también aquí los de Los Castillos, Los Altabacales, Los Peñones, Santidad Alta, Los Portales,…; y todos los que, desde cualquier lugar de las islas, anhelen pasar estos días junto a los del Palmar en paz, concordia y armonía.

Busquen todos ustedes el regocijo del recuerdo de familiares desaparecidos, levanten sus copas en honor a María Santísima de las Nieves y el barrio que la cobija, afirmen en sus interiores la esencia de toda fiesta: que es sentirse cerca de los demás, hacer pueblo y celebrar lo que nos da unidad.

Quisiera terminar con unos versos con los que di inicio al hasta ahora único libro que he escrito, y que con el mayor orgullo de mi alma dediqué a este barrio en el que vislumbré la luz primera. Estos versos fueron realizados hace muchos años por un periodista e investigador terorense, Ignacio Quintana Marrero, del que el próximo año se cumplirá el centenario de su nacimiento. Desde una íntima querencia hacia esta tierra describía en un poema los barrios terorenses. Para terminarlo utilizó unas breves descripciones con las que culmino yo este pregón de las Fiestas de las Nieves 2008, desde el deseo profundo de que ayuden para que en estos tiempos en los que las raíces parecen olvidarse en un mar de cambios constantes y tensos; a que ustedes palmarenses de nacimiento o vecindad, palmarenses de convencimiento o corazón, palmarenses de esencia y orgullo, sientan que su tierra no es más, pero tampoco es menos, que ninguna otra y que deben sentirse también profundamente pletóricos de haber nacido o vivir en este lugar incomparable donde la Santísima Virgen de las Nieves ha puesto su trono y seguirá por siempre permaneciendo a nuestro lado en todos los momentos, alegres o tristes, de nuestra vida:


“Polícromas estampas de belenes roqueñas
son los barrios dormidos en la paz del lugar:
“El Rincón”, “Las Rosadas”, “El Álamo”, “Las Peñas”
y, sobre todos ellos, “Osorios” y “El Palmar”.


Buenas noches y muchas gracias